viernes

Crónica de una muerte (que pensé) anunciada

Nunca me sentí tan impotente como aquel quince de agosto. Mi incredulidad ante lo que estaba pasando me tenía pasmado, confundido, como si no fuera yo el que estaba en aquel tiempo y espacio, tal vez mi subconsciente trataba de negar la realidad. Lo único que me hacía sentir que estaba vivo, era la sangre helada que me recorría de pies a cabeza. A partir de las 6:18 de esa tarde fatal y durante dos minutos, mis movimientos fueron meramente instintivos.

El terremoto me sorprendió en mi habitación. No recuerdo si viendo la televisión o sentado frente a la computadora tal como ahora. Solo recuerdo que sentí el movimiento en principio suave, moderado, como tantos otros a los que estamos acostumbrados en Lima.
Escuché algunos avisos de mi madre, casi gritos de que se ponía más fuerte. Mi respuesta fue: "ya va pasar" y seguí sentado como si nada pasara. Pasados algunos segundos más, un movimiento más fuerte me hizo levantar del asiento. Veía como el agua de mi pecera se balanceaba de un lado para otro, y esperaba el momento que se derrame algún chorrito de agua. Todo a mi alrededor temblaba: los libros, la televisión, la lampara. Lo que no temblaba por el terremoto, temblaba por el miedo. En ese momento, ya toda mi familia estaba saliendo de mi casa. Yo en mi terquedad de que ya pasaría no salía de mi habitación. Gritos y lloriqueos provenientes de la calle me obligaron a salir.

El panorama en las calles, llevó inmediatamente mi mente a una escena de "La guerra de los mundos" aquella en que todos están en las calles con miedo y reunidos en familia esperando su destino. Y así estaban mis vecinos. Cada familia frente a su casa, con los ojos bien abiertos para cerciorarse que no era una pesadilla lo que estaba pasando, y otros con los ojos cerrados para no ver la desgracia. A mi izquierda, una señora y su hijo se abrazaban fuerte, casi asfixiándose. A mi derecha, una familia reunida elevando plegarias al cielo. Luego miré la pista, esperando el momento en que se partiera en dos. Después miré mi casa, y tuve el presentimiento que se caía. Mi madre preguntaba por donde estaba el mar, temiendo un tsunami, ya que vivo relativamente cerca a una playa. Por mi parte, traté de hablar lo más naturalmente posible, repitiéndome y repitiéndole a todos que ya iba a pasar. El terremoto me daba la contra. Seguía sacudiéndonos y recordándonos que no somos absolutamente nada. Que si el quería, acababa con nuestras existencias cuando mejor le pareciere. Luego de dos minutos don terremoto nos dio tregua y calmó su furia.

Los corazones seguían latiendo a mil por hora. Rostro pálidos, manos frías y cuerpos aún temblorosos ingresaban a sus casas, ignorantes de la hecatombe que se había producido kilómetros más al sur. Al entrar a mi habitación, un "splash" al pisar me avisó que una cuarta parte del agua de mi pecera se había derramado. En las siguientes tres horas, fuertes réplicas siguieron haciéndonos temblar, por lo que teníamos que salir apurados de la casa.

Días después, echado en mi cama y divagando un poco, mis ojos se estrellaron con algunas rajaduras en el cielo raso de mi habitación. Seguí su ruta y noté que era larga, más no profunda ni de consideración. Luego vi otra, y otra y otra más. Por suerte ninguna compromete la estructura de mi habitación y lo confirmé con un primo arquitecto. Acabo de descubrir una rajadura más, tal vez producto de las miles de réplicas.
Por momentos me siento mareado. En otros siento que el suelo se mueve y mis ojos buscan rápidamente la pecera para confirmar si es una réplica o no. Por estos días el agua de la pecera no se ondula más. Y estoy seguro que los mareos y temblores interiores son los rezagos de mi primer -y espero último- terremoto.

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