miércoles

Respeto en el trono por favor

Primero se me ocurrió crear un grupo en Facebook con el cortísimo nombre de "me jode que intenten entrar al baño cuando saben que estoy dentro". Inmediatamente me di cuenta que además de estúpido sería un nombre demasiado largo, y no funcionaría a pesar que sé de la existencia de un nutrido grupo de sufridos extreñidos, cultos que gustan de desasnarse en el trono o simplemente de aquellos que les jode altamente que giren la perilla de la puerta y a continuación suelten un "¿Habrá alguien? Uy creo que sí". Primero, que shu hacen hablando solas frente a la puerta del baño? Segundo, necesitan de un pediatra -no el doctor de niños, sino el alma del frijol- para darse cuenta que ese baño está ocupadísimo? Y tercero, por qué no se van a la merda o se van a hacer la merda nostra a otro baño?

Debo aclarar y confesar que esto está siendo escrito desde mi baño, en pleno oválo Caqueta y con alguien que pasa de rato en rato bostezando frente a la puerta. Le gritaría un "anda a otro baño carajo", pero en esta ocasión no puedo. Que se joda. He entrado al baño con mi laptop con la intención de bañarme mientras escucho música a vólumen justo y chapar la escobilla mientras me alucino un Iggy Pop o por qué no un Ian Curtis. Ahora se suena la nariz, sigue allí aguardando. Sino safa dentro de 5 min subo aún más el vólumen y ahí si se jode porque ni dormir podrá.

Con la situación esclarecida y el contexto explicado, continúo. O no, creo que ya no, porque la inspiración me ha abandonado. Y no me refiero a la que hace mover mis deditos, sino a la que hace mover a mis intestinos.

Ustedes que han sufrido la interrumpción de un acto tan plácido y sagrado como es el de...-ya para qué decirlo si lo saben- hagan lo que mi mente maquina y mis manos harán. Un poquillo de aceite en la perilla y asunto solucionado.

domingo

Lúcido insomne

Escuchar música a esta hora -casi media noche- resulta peligrosísimo en estos días en los que el pucho está guardado bajo siete llaves y varios trucos mentales para no ponerlo entre mis labios. No creo que sea una lucha tan ardua como aquella de los fumadores compulsivos, pero sí jode luego de varios meses con el cuarto y las madrugadas ahumadas, y con la costumbre viviendo al borde de los labios y entre el indice y el dedo medio, o dedo del corazón como me enseñaron en el kinder-intuyo que tuve un profe cabrísimo. Con la costumbre alojada allí, trato de entretenerla con el movimiento de mis dedos sobre el teclado, que dicho sea de paso no está de acuerdo con lo escrito hasta el momento porque minutos antes de empezar, cuando la página no se llenaba de vanalidades en negrita, había un acuerdo entre cerebro-dedos-teclado por escribir sobre otro tema. Pero no, el indice y el medio han logrado convencer a sus compañeros dedos que escriban sobre el pucho y tal vez no sé quizás, intentar retomar el vicio que me acompaña(ba) en las noches como estas y como todas. Y hacer la caminata desde mi casa hacia alguna licorería de la zona, comprar los puchos y llevarlos del teclado a la boca y de la boca al teclado, luego al cenicero y una vez más a la boca.

Como dije, el tema era otro, y para los cuatro gatos que usualmente comentan -ok, son tres gatos- ya saben que usualmente comienzo así, escribiendo sobre algo y terminando en otro punto. La falta de disciplina al escribir es notoria. Estas líneas de este segundo párrafo pretenden ser punto y puente de unión entre mi clásico y renuente divagar y algo más concreto, el tema de fondo que siempre culmina corto y presuroso, cual eyaculador precoz.

Conocido y aplicado es aquello de que los niños y los borrachos dicen la verdad, por eso procuro mentir siempre, y tengo otro dicho que no sé si es propio o me lo he apropiado pero que tiene que ver con los caminos del alcohol y los caminos y el alcohol. Aquello de que cuando estoy con algunos tragos encima o yo encima de los tragos, me convierto inmune al encuentro con robertos, ratones o rateros. De ahí creo, mi valentía por caminar ebrio por calles y avenidas al encuentro de la nada, del silencio, de la quietud de la madrugada, con las manos en los bolsillos y esperando las gotas de garúa mirando al cielo. Y es que nunca me ha pasado nada, si he visto algún personaje extraño lo he detectado a tiempo con mis antenitas de vinil y he safado por algún pasaje, cruzado la pista o de no haber otro camino, regresado sobre mis pasos al encuentro del sospechoso. En el último caso, he pasado junto a él botando el humo del cigarro, frunciendo más el seño y soltando un escupitajo para parecer más malo. Recuerdo haber caminado desde Javier Prado con Rosa Toro hasta Pershing de madrugada, recuerdo haber caminado desde el Ovalo Gutierrez hasta Javier Prado con Las Flores y así, caminatas y caminatas, ninguna con saldo negativo y que espero se mantenga así. Y lo será mientras siga con aquellas rutas sanas.

Caminando la madrugada del sábado fue que compré un diario a las 5:30 a.m y caminando de madrugada se han hecho presente los más momentos más lúcidos de mi existencia. Si pudiera tomar todas mis decisiones durante aquellos pocos y escurridos momento de lucidez, otra sería mi historia.