lunes

La tentación de los libros

La esquina de la cuadra 4 del Jirón Amazonas me recibe con las puertas abiertas de par en par cual inmenso libro, al que ingreso con una lista en la mano y, seré sincero, con incertidumbre en el rostro. Incertidumbre porque la larga lista que tengo encerrada en un puño sudoroso, no contiene los futuros libros que voy a leer. Sino, por el contrario, los libros que espero vender.

Este lugar se fundó en el año xxxx, luego de que los hoy orgullosos residentes acordarán asociarse en la Cámara Popular de Libreros del Perú. Años antes, algunos eran individuos errantes que ofrecían sus libros por toda Lima cuadrada. Otros se agruparon en la Avenida Grau. Allí ofertaban precios por los suelos, de la misma forma como presentaban sus libros, en el suelo.

Hoy en este nuevo local, que además cuenta con seguridad, son tres los caminos que puedo tomar . Alzo la mirada, achinando los ojos obligado por el sol y leo: Pabellón A, pabellón B, pabellón C. En alguno de ellos estará el librero que diga "a ver, cuáles tienes", y termine así con lo días de tropiezos en mi pasadizo por obra y gracia de mis viejos libros. Instantáneamente mi mirada se desplaza hacia un esqueleto humano que logro captar por el rabillo del ojo. Está colgado del techo del primer puesto del pabellón A. Y no es que se suicidó y se olvidaron de bajarlo. Está en exhibición junto con animales disecados, proyectos científicos escolares y posters del tipo 2x2=4.

El pabellón que escojo es el A, ganó por impacto visual. A izquierda y derecha los puestos están abarrotados de libros, enciclopedias y hasta de folletos que te indican como obtener el abdomen perfecto. Los rostros de los vendedores también son muy diversos. Rostros alegres entregando cultura y recibiendo dinero. Rostros desencajados y cansados de esperar que llegue algún comprador. Un anciano sentado en una silla fuera de su puesto me mira con estricta cara de "no te voy a comprar nada", mientras cierro el puño haciendo añicos la lista. Y pienso: estuve una hora en el ómnibus -nada raro en nuestra ciudad-, fui víctima del habitual dolor de cabeza que me produce venir al centro de Lima -posibles razones: contaminación, tráfico, delincuencia, e innumerables etcétera- y necesito vender esos libros. Y con esa determinación, me acerco:

-Señor, buenos días. Tengo unos libros para vend...
- No, no, no. Yo no compro libros. Allá al fondo compran.
-Ah...bueno, gracias de todas maneras. ¿A cuánto lo vende? - le pregunto levantando "El Túnel" de Sabato.
-Diez soles, original.
-¿Nueve?
-Ocho.

Y sigo caminando, leyendo la contratapa de mi recién adquirido librito. Algunos pasos más, recuerdo que vine a vender y no a comprar. Volteo y miro al vendedor. La sonrisa que se dibuja en su rostro me hace comprender que caí en la tentación de los libros. Sería un buen nombre para el lugar. "La tentación de los libros". Y es que los títulos de los libros te saltan a la cara y no se despegan de tus ojos hasta que preguntes cuánto cuesta.

La mejor temporada del año para los libreros, es marzo y abril. La demanda se incrementa mucho. Si viera los pabellones desde el cielo, podría decir que parecen pistas de carrera por donde corren cientos de hormiguitas. Van de un lado a otro comparándo precios. Los principales demandantes son madres en busca de textos escolares de bajo costo para sus hijos. Y pre-universitarios de clase media baja explorando los cientos de puestos y miles de libros que le servirán para ingresar a la universidad. Seguramente San Marcos o Villareal.

Al final del pabellón A, me encuentro con una de las lozas deportivas construidas durante la gestión edil de Ricardo Belmont. Está enrejada y solo hay un par de niños correteando detrás de una pelota. Se contraponen los libros y el deporte. Los tipos de anteojos y los niños en short y sudados. Este juego lo ganó "Amazonas", como popularmente se le conoce a la Cámara Popular de Libreros del Perú.

A mi izquierda me encuentro con el final del pabellón B. En esta sección los vendedores se dedican a limpiar los tomos de sus enciclopedias. Sus caras son cansadas y aburridas. Cuando la gente pasa, los libreros no preguntan que libro estas buscando. Saben que ese sólo es un lugar de paso y que nadie quiere llevarse a casa los veinte tomos de la "Enciclopedia Temática". Un cartelito de "se compran libros" me pasa la voz. Le doy mi lista al librero y después de revisarla, le pregunto cuánto me da por todo. Todo depende del estado en que estén los libros, me dice. Le doy mi dirección, mi teléfono. Hasta le hago un croquis de como llegar a mi casa. Ya pues, yo te llamo el lunes, me dice.

Trato de salir del lugar con la mirada al frente. Sin mirar ningún libro tentador. Con esfuerzo lo consigo y el esqueleto que vi antes me dice que voy a regresar. Ya ha pasado una semana, mis libros siguen en el pasadizo y el teléfono aún no suena. Esperaré leyendo "El Túnel"

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