domingo

Marcahuasi II

El tiempo sin postear ha oxidado -y porque no atrofiado- mis neuronas bloggeras y tengo ya algunos minutos aquí sin saber como empezar, supongo que en los siguientes post retomaré el sendero, ritmo narrativo y frecuencia con que lo hacía antes. Mi otro blog está en las mismas...no, no en las mismas, sino que ya casi abandonado pero con la amenaza de regresar. Por lo pronto seguiré con este post dedicado a Gringo, que en verdad se llamaba Tupi y que la hizo de guía en Marcahuasi.

Apareció corriendo detrás mio y haciendome saltar algo debido al susto. Al principio pensé que me iba a morder el culo, pero no, simplemente quería jugar con el primer desconocido que se le cruzaba o tal vez -y esta teoría tomó fuerza dos días después- intentaba escapar de su casa y que lo lleve a la mia. Dio varios saltos alrededor mio, ensuciándome el pantalón y por más que intenté botarlo me miraba con sus ojitos brillosos y algo rojos, tenía aspecto de perro drogo. La subida a la meseta era casi una escalada que se turnaba entre piedras y tierra. De a pocos me di cuenta que Tupi, que dos horas después bautizaría como Gringo, caminaba y volteaba a mirarme como si me esperara. Las piedras del camino eran super traicioneras y quien no sabía bien cual pisar se podía ir derechito y rodando hasta el inicio del camino. No sé cuantas veces Gringo habría hecho ese recorrido, pero sus huellas me señalaban el camino más seguro. Además, cada vez que pasaba un burro o un caballo a mi lado, le ladraba apartándolo y haciendome las cosas más fáciles. No creo que este perro se atreva ir hasta arriba, pensaba yo, para inmediatamente después encontrar a Gringo mirándome como dando ánimos a mi decadente físico, víctima de la altura y de la mala vida.

Cada descanso mio era aprovechado por él para ir en busca de alguna tuna madura o simplemente husmear entre los arbustos. Mientras, yo tomaba algo de agua y comía unas Lays Snacks que llevaba en la mochila. De plano rechazó las papas haciendome pensar que mi alimentación plagada de gaseosas, hamburguesas y demás, era la razón por la que ya no jalaba. Mi amigo era un punto rojo que veía caminar casi moribundo metros más abajo. Tal vez fue la altura, quizá el cansancio, pero al rato ya me encontraba preguntándole a Gringo que cuanto faltaba, que cuantas veces ya había subido, si hacía lo mismo con todos. A mitad del camino, me di un descanso largo que tuvo como consecuencia la pérdida de mi guía. Aproximadamente dos horas después, cansadisimo pero feliz de haber llegado a la meseta estaba más perdido que Atahualpa en la Guerra de las Galaxias. No sabía donde estaba el Anfiteatro, uno de los lugares donde se acampaba y por suerte encontré a mi amigo igual de perdido que yo. La intuición y los rastros olorosos -léase kk- de los caballos nos ayudaron a encontrar al Anfiteatro y las dos carpas armadas por nuestra tercera acompañante que subió muy cómoda a caballo en un recorrido de 45 minutos. Nosotros llegamos en 4 horas y media. Una pequeña diferencia nada más.

Y allí estaba ella, echada sobre una gran piedra dormida con los lentes de sol que tanto necesité durante la subida. La sorpresa fue encontrar tumbado a su lado a Gringo. Nos acompañó durante todo ese día, comió con nosotros, espantó a las vacas y toros que se nos cruzaban y nos llevó a recorrer y descubrir las vistas más bonitas de la meseta. Durante la noche, durmió soportando el frío al lado de nuestra carpa -hacía tanto frío que pensé que si orinaba saldría un hilito de hielo-. Al día siguiente hizo todo el recorrido de vuelta al pueblo con nosotros. Los pobladores que se nos cruzaban nos indicaban cuanto faltaba siempre con una sonrisa franca, Otros nos decían como era el mejor modo de bajar, luego de ver nuestros rostros asustados por el camino inclinado que nos hacía resbalar por momentos. Peeeeesaaa...peeesa, le decía una viejita con bastón a la tercera integrante de nuestro grupo. Confundida ella se preguntaba...¿pero qué cosa pesa? Peeesa..peeesa seguía repitiendo la viejita que estaba en mejor forma que nosotros. Peeesa, peesa fuerte mameta, sino te vas a caer. Fue en ese momento en que me di cuenta que el primer lugar donde habíamos acampado -la primera noche que llegamos antes de subir a la meseta y acampar en el Anfiteatro- era el cementerio de la ciudad.

Con las casas del pueblo a la vista di un suspiro mientras Gringo correteaba a mi alrededor, aparentemente feliz también. La felicidad se le fue cuando nos cruzamos con su dueño que lo agarró por el hocico samaqueandolo y reprendiéndolo por su desaparición. Donde te habías metido Tupi? hoy no comes por travieso, le dijo. El antes Gringo y ahora Tupi desapareció con el rabo entre las piernas. Tuve cargo de conciencia pero seguí mi camino hasta la plaza en la que una vez más me di con la sorpresa de encontrar a Tupi Gringo. Esperó hasta que llegó nuestro carro. No pude despedirme de él, pero acá está el testimonio de mi aprecio por el perro-guía marcahuasino.

Marcahuasi I

Hace exactamente siete días a la misma hora en que escribo esto, intentaba dormir entre el frío de mi cuerpo y el calor de mi rostro, con triple media pero dándome airecito en la carita, todo esto en una carpa de 2 x 1 y con la luna alumbrando a través de la tela. Doce horas antes de aquella incomoda situación, mochila al hombro iba subiendo -y sufriendo también- no se cuantos metros sobre el nivel del mar. No sé cuantos pero eran muchos sobre un camino empinado que por varios tramos lindaba con un ...llamemosle abismo para hacer más trágica la cosa. Confesaré que le tengo miedo a las alturas -por suerte no mido 1.90, ni 1.80, ni...dejemoslo ahí nada más- y que encontraba valor y animo sabiendo que allá arriba en la meseta a 3000 metros de altura me sentiría refrescado por el vientecillo serrano que dicho sea de paso nunca encontré. Tan solo me di con el sol que se ensañó con mi falta de previsión -debí llevar bloqueador- y que hoy me hacen sacarme los pellejos de la cara como si fuera mascarilla de vieja.


Luego de 4 horas y media de caminata, 2 minutos de escalada y varias fotos del recorrido, llegué al lugar del campamento. Noche de atún, vino, fogata con olor a pisco y el cielo estrelladisimo. Fue en ese momento en que miré al cielo y me arrepentí de no llevar algo especial-espacial. La noche no solo traía las estrellas y la luna, sino también un frío que solo puedo calificarlo de manera sincera como de mierda. Y ahora es que volvemos a las primeras líneas de este post en las que me pelaba de frío y me ardía la cara. Obvio está que casi no pude dormir, sumándole que en la carpa vecina mi amigo roncaba, hablaba o gemía -hasta ahora no sé que fue- y que mi carpa era muy chica para invitar una chica.


Tal como lo cuento el viaje resultó malísimo. Y es que creo que resulta más interesante contarlo de ese lado. Todo salió bien. Me divertí, hice ejercicio, me morí de frío, me morí de calor, tomé fotos y si bien no la pasé de la pm, al menos fue una buena ocasión para desintoxicarme de Lima.

miércoles

Un comercial...y regresé

Creo que ya ha pasado más de un mes desde mi última queja médica-post. Y he estado pensando en cambiarle el nombre a este blog que por falta de tiempo se ha ido cubriendo de más polvo que telo de la Arequipa. Rincón de quejas podría ser un buen nombre, no sé quizá tal vez, porque revisando mis últimos textos me he dado cuenta que todos son protestas, querellas y reclamos. En mi casa andan diciendo que estoy muy renegón, será la edad me imagino, así que seguiré meditando un posible cambio de nombre y quizás también de identidad. No, no me cambiaré de sexo, solo cambiaré mi seudónimo, porque Martín Balbuena es mi seudónimo y nada más que el nombre y apellido robado de dos personajes de la literatura peruana. (Lean a Bryce y entenderán la fusión) Si tienen un mínimo de curiosidad hagan rodar hacia abajo la ruedita de su mouse y por allí verán una foto mía con mi nombre verdadero que no sé si suene mejor que Martín Balbuena pero es mi nombre al fin y al cabo. No mentiré y diré que he sentido celos de Martín, celos porque al poner mi nombre verdadero en google, tan solo me derivaba a la página web de un pintor español y hasta de una empresa de cerrajeros, ¡que triste! Esculcando en el infinito, encontré un reportaje que subí a Youtube y unas notas del semanario de mi universidad.

Como siempre he empezado las dos primeras líneas tocando el tema del post y luego me he desviado. El tema era mi desaparición de la "cholosfera", que hubiera sido más prolongada a no ser por dos correos que hoy llegaron a mi bandeja de entrada. Dos correos que me sacudieron un poco, me echaron aceite y me pusieron una vez más operativo. Ah...¿Qué porqué me desaparecí? Mmm...no sé si le interese a la gente, tampoco es que me lean muchos, no? -creo que me estoy deprimiendo...se supone que ahora debo decir que nadie me quiere, no?...fuerza Martín...no, no, ese ya no es tu nombre, o sí?, creo que hoy no tomé mis pastillas, sorry- Al grano de una vez. El trabajo, las saliditas y mi cerebro aturdido, fueron algunas de las razones. Sigo con el cerebro aturdido y el trabajo -y ahora la u-, pero seguiré quejandome desde mi sillita, tecleando y tecleando.